Los árboles, verdes de musgo,
comienzan a dorar sus hojas para que estas sean un cálido manto que cubra la
tierra en invierno. Junto a estos árboles ascendía yo, sin destino definido,
dejándome llevar, paso a paso, veía estos árboles, pero mi mente estaba a miles
de kilómetros, viajando por el tiempo. Jamás fui capaz de dejar atrás el
pasado, aquellos años de juventud en que siempre estaba buscando algo,
esperando que algo sucediese. Ahora, tras todo lo sucedido, siento que quizás
debiera haber pensado menos y vivido más. Los momentos se escapaban de mis
manos por temor a vivirlos. Jamás disfruté lo que la vida me ofrecía porque
centraba mi mente en esperar otra cosa, algo que nunca llegaba, o que, una vez
llegaba, no era como yo esperaba.
Llegué a la cima de una pequeña
colina, llevaba años sin pasar por allí, miles de recuerdos me invadieron,
empecé a sentir angustia, el pasado volvía a la caza. Cuántas veces había
jugado en ese prado, junto a aquella charca. Cierto que el lugar había
cambiado, la naturaleza se había ido apoderando de lo que nadie se había
esforzado por mantener, pero el lugar aún conservaba su aura, se apreciaban las
piedras ocultas entre la hierba, a modo de butacas. También los arbustos de
zarzas, ahora mucho más grandes, salvajes y cargados de enormes moras.
Me acerqué a la charca, el agua
seguía siendo cristalina y se podía ver el fondo de lodo, tanta calma y
limpieza, era consciente de que el más mínimo movimiento enturbiaría el
momento. Respiré hondo, miré a mi alrededor y empecé a ver el pasado. Mi
hermano bañándose en la charca, mi hermana leyendo sobre una de las piedras con
la divinidad de una diosa, controlándonos de vez en cuando. Yo aparecí por
donde siempre aparecía, entre dos zarzales con las manos llenas de jugo de mora
mezclado con la sangre de las heridas que me hacía recogiéndolas. Las comisuras
de los labios de color morado y una sonrisa pícara en el rostro.
Aquellos eran los años felices, antes de crecer y empezar a pensar, entonces pasé a ocupar el lugar de mi hermana, controlando que no hubiese peligro, siendo consciente de que la vida es riesgo, de que constantemente hay peligros que nos acechan, haciéndonos retirarnos. Soy un cobarde, desde que fui consciente de ello lo acepté y viví con el hecho. Ahora sigo siéndolo, pero ser consciente de cuánto daño me hizo serlo no me fuerza a intentar cambiar. Un quejica, protesto por lo que no me gusta, pero no me esfuerzo por cambiarlo. Sigo siendo el mismo niño que lloraba junto a la charca cuando algo no iba a su gusto.
Ahora mi vida llega a su fin y sólo me quedan remordimientos, debería haber aprovechado más mis días, sin embargo, me limito a dejarme morir, aceptar lo que tengo y esperar a lo que vendrá, nunca luchando por vivir el momento. Me doy la vuelta y regreso a casa, al amparo de la cobardía.
No comments:
Post a Comment